A las seis
suena la alarma del iPhone último modelo. Te despiertas en la cama, solo. Radio
y luces, se encienden solas y el café, ya está listo en la mesa.
Rodeado de
pantallas, solo, mira las bolsas de Madrid, Nueva York y Hong Kong y como lo
han hecho tus fondos. Das la orden para comprar y vender las acciones
pertinentes cuando abran el mercado.
Lees en el
iPad la prensa salmón: hoy te citan en un artículo de la industria, pero se han
equivocado. Los periodistas son gilipollas, piensas, han puesto tu cargo como
director, en lugar de President, Chief Investment Oficer. Llamas a tu asesora
de comunicación y la exiges una rectificación o su cabeza.
Te pones un
traje de Hugo Boss o Loewe, calcetines y calzoncillos de Tomy Hilfiger o Calvin Klein, y Rolex de 100.000
euros, pero no tienes a nadie
que te ayude
a elegir la corbata. Estás solo.
Conduces tu
porche rojo de edición limitada. Del garaje de casa al de la oficina. No miras la
ciudad ni a los mortales desde tu pedestal.
Levitas
cuarenta pisos en ascensor y entras en tu despacho con vistas a ese Madrid que
te parece un pueblo. Tu asistente con pinta de modelo te lee la agenda: a las 9
reunión con un potencial inversor, conference call a las 11 con New York y a las 12 con London.
Hablas con
gestores, directivos y grandes clientes. Si no tienes comida de trabajo, comes
un sándwich macrobiótico, tú solo.
Le haces la
pelota a tu jefe, no preguntas a tus empleados qué tal o por el fin de semana, sólo
por resultados y estrategias. Si alguien comete un error,
le reducirás
en tu despacho como el que aplasta a un mosquito. Si es mujer, terminas con un:
“¿No irás a llorar verdad?”y si lo hiciera, porque algunas acaban haciéndolo,
dirás un:“¿Qué pasa, estás en uno de esos días?”.
Firmas los
despidos sin que te tiemble el pulso. Nos miras por encima del hombro o ni nos
miras. Si nos cruzamos en el pasillo, no nos dices hola o haces un gesto.
Camareros, recepcionistas, porteros, polícias, electricistas, fontaneros… No
existimos para ti.
Haces más y
más dinero, no te importa a costa de qué o de quién. Sólo quieres batir al
índice. Te la pela si inviertes en armas o provocas una guerra, sólo importa la
performance.
No tienes
prisa por irte a casa y no dejas que nadie se vaya antes que tu. Mucho menos si
sabes que alguien nos espera para cenar. Disfrutas cuando fijas reuniones a
última hora de la tarde o pides informes en tu mesa para primera hora de
mañana.
Después
conduces tu porche hasta el parking de un restaurante cinco estrellas michelín,
pides mesa para uno y cenas, solo.
En casa las
puertas se abren solas, las luces y pantallas se encienden solas. Y con tu
pijama de marca, solo, frente a tu pantalla de plasma, solo, te haces una paja
simple, solo. Te lavas las manos y te pones perfume caro. Te acuestas en tus
180 metros de sábanas de raso, solo. Así de lunes a viernes. Solo. El fin de semana compras a
alguien por horas y luego te quedas solo. Así mes tras mes. Solo. Año tras
año. Solo. Puede que hasta te
cases, pero seguirás solo. Quizá un día te darás cuenta, aunque lo más probable
es que nunca lo hagas. Morirás solo, eso seguro, con las iniciales grabadas en
tu camisa, pero solo.
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