domingo, 8 de septiembre de 2013

Un día cualquiera, tú solo

A las seis suena la alarma del iPhone último modelo. Te despiertas en la cama, solo. Radio y luces, se encienden solas y el café, ya está listo en la mesa.
Rodeado de pantallas, solo, mira las bolsas de Madrid, Nueva York y Hong Kong y como lo han hecho tus fondos. Das la orden para comprar y vender las acciones pertinentes cuando abran el mercado.
Lees en el iPad la prensa salmón: hoy te citan en un artículo de la industria, pero se han equivocado. Los periodistas son gilipollas, piensas, han puesto tu cargo como director, en lugar de President, Chief Investment Oficer. Llamas a tu asesora de comunicación y la exiges una rectificación o su cabeza.
Te pones un traje de Hugo Boss o Loewe, calcetines y calzoncillos de Tomy Hilfiger  o Calvin Klein, y Rolex de 100.000 euros, pero no tienes a nadie 
que te ayude a elegir la corbata. Estás solo.
Conduces tu porche rojo de edición limitada. Del garaje de casa al de la oficina. No miras la ciudad ni a los mortales desde tu pedestal.
Levitas cuarenta pisos en ascensor y entras en tu despacho con vistas a ese Madrid que te parece un pueblo. Tu asistente con pinta de modelo te lee la agenda: a las 9 reunión con un potencial inversor, conference call  a las 11 con New York  y a las 12 con London.
Hablas con gestores, directivos y grandes clientes. Si no tienes comida de trabajo, comes un sándwich macrobiótico, tú solo.
Le haces la pelota a tu jefe, no preguntas a tus empleados qué tal o por el fin de semana, sólo por resultados y estrategias. Si alguien comete un error,
le reducirás en tu despacho como el que aplasta a un mosquito. Si es mujer, terminas con un: “¿No irás a llorar verdad?”y si lo hiciera, porque algunas acaban haciéndolo, dirás un:“¿Qué pasa, estás en uno de esos días?”.
Firmas los despidos sin que te tiemble el pulso. Nos miras por encima del hombro o ni nos miras. Si nos cruzamos en el pasillo, no nos dices hola o haces un gesto. Camareros, recepcionistas, porteros, polícias, electricistas, fontaneros… No existimos para ti.
Haces más y más dinero, no te importa a costa de qué o de quién. Sólo quieres batir al índice. Te la pela si inviertes en armas o provocas una guerra, sólo importa la performance.
No tienes prisa por irte a casa y no dejas que nadie se vaya antes que tu. Mucho menos si sabes que alguien nos espera para cenar. Disfrutas cuando fijas reuniones a última hora de la tarde o pides informes en tu mesa para primera hora de mañana.
Después conduces tu porche hasta el parking de un restaurante cinco estrellas michelín, pides mesa para uno y cenas, solo.
En casa las puertas se abren solas, las luces y pantallas se encienden solas. Y con tu pijama de marca, solo, frente a tu pantalla de plasma, solo, te haces una paja simple, solo. Te lavas las manos y te pones perfume caro. Te acuestas en tus 180 metros de sábanas de raso, solo. Así de lunes a viernes. Solo. El fin de semana compras a alguien por horas y luego te quedas solo. Así mes tras mes. Solo. Año tras año. Solo. Puede que hasta te cases, pero seguirás solo. Quizá un día te darás cuenta, aunque lo más probable es que nunca lo hagas. Morirás solo, eso seguro, con las iniciales grabadas en tu camisa, pero solo.

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