sábado, 24 de abril de 2010

Tu pecera

Atrapado en la corriente, estancado.
Flotas como un pez autoenjaulado,
que espera al mar, que venga y te saque.
¡Pero no vendré a buscarte!

Amarrado a la rutina, sueñas al viento,
pero por mucho que yo sople,
nunca habrá en ti movimiento.
¡Has agotado mi aire!

Pones diques en todas partes,
porque temes desbordarte.
Y ahora quieres que te salve.
Tarde. ¡No me vaciaré para llenarte!

jueves, 15 de abril de 2010

Princesa

Desde aquel día te pienso a todas horas sin remedio, mientras te espero, sentado en el mismo banco de la estación de Rubén Darío, dónde te divisé aquél mediodía hace ya tres meses. Hervíamos todos en el andén, respirando a duras penas y con mucho esfuerzo el aire de fragancia sudores mezclados. Por avería de un tren el servicio, para no perder costumbre, se veía retrasado y la gente, hormigas impacientes por llegar a destinos varios, comenzábamos a desesperar. Entonces tú, hormiga reina entre todas, me deslumbraste con tu serenidad y despreocupación. Saboreé tu juventud y su envoltorio. Una cinta roja cubría tu melena, tus pechos se ceñían a una camiseta de tirantes, libres a la ley de la gravedad y rebelándose así al yugo del sujetador. Llevabas unos vaqueros desgastados, muy anchos y caídos, que me regalaban la visión en tu espalda de parte de un tatuaje que me invitaba a imaginar su continuación. No podías evitar moverte al ritmo de la música que escuchabas a través de los auriculares y a veces, no sé si te darás cuenta, tus labios reproducen el sonido. Mientras te saboreaba llegó el tren, que a mi ya no me importaba en absoluto, sólo tú. Paró apenas unos segundos, venía como dicen que van los trenes en Japón, pero tú, mi alfiler, encontraste la forma de clavarte en él. Y yo te miraba sentado fuera, envidiando el roce de tu cuerpo con los otros, tan apretada tú, justo en la puerta. Entonces, tras el pitido de aviso de próxima salida, una de tus chanclas salió despedida, introduciéndose en el hueco que separa el vagón del andén y ambos vimos cómo las puertas en ese preciso instante se cerraban llevándote dentro...Hago guardia cada día desde entonces para encontrarte, Cenicienta.