He visto tu horror, solamente de soslayo, no pude parar. Ni
si quiera te dí una moneda, lo siento. Sólo traté de seguir caminando lo más
rápido que podía para huir de ti, con los latidos congelados y el aire atascado
en el pecho. Me recreé minuciosamente en la suciedad del andén, en cada papel
en el suelo, cada chicle incrustado y pisoteado más de un millón de veces. Vi la
línea amarilla tras la que se encuentra el peligro, el amenazante vacío de la
vía y la irremediable oscuridad del final del túnel. Habría preferido mirar
cualquier otra cosa con tal de no verte de nuevo. Incluso una rata o una
cucaracha. Todo por no volver a verte, nunca más, fantasma, sin máscara y sin
ópera. Ánima que vaga en el metro con un vaso de plástico en la mano, mendigando
ayuda a unos vivos, que hacen todo lo posible por esquivarte. Anhelé el metro
más que nunca. Miré el reloj, tres minutos. Treinta o cuarenta cómplices a mi
alrededor intentando al unísono deshacer tu rostro de cera derretida de sus
mentes, también la culpa. Todos allí, en el kilómetro cero, a 200 metros bajo
tierra. Cada uno con su propio grillete, grillete que pesaba más antes de
verte. Y tú ahí, detrás, esperándonos al final de las escaleras que desembocan
en la línea uno. Te hemos visto, no hay vuelta atrás, pero intentamos
enterrarte tras nuestros pensamientos con la arena de nuestros trabajos de
mierda, nuestros cuernos, los amantes, los exámenes no estudiados,
los tíos que no llaman, los tesoreros que roban, la subida de la luz, las
estrellas del ciclismo que se apagan, nuestros muertos, el paro, la puta huelga
de metro, el dinero que te han dado tus tíos y que no quieres ahorrar, el
michelín que te sobra... Cualquier cosa menos tú. Pero en todos has dejado una marca. Un tatuaje de ácido, como el que debieron derramar en tu
cara. Una huella que nos va erosionando lentamente y nos deja un hueco, como el
de la cuenca que un día habitó tu ojo y que hoy es sólo cicatriz rosa. No somos
capaces de mirarte al ojo que aún ve, el que aún siente. Ese ojo que debe
dolerte aún más que el otro. El tren llegó y todos huimos. Las puertas se
cerraron y dejamos atrás Sol, tu estación. Al llegar a la siguiente me
di cuenta de que tu historia me perseguía.
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