A punto de arrancar la última hoja, revisas una vez más el calendario
o la agenda.
Quizá no seas tan ordenado como yo y lo tengas en una servilleta, o
tan si quiera lo apuntaste. Da igual. Todos hacemos balance el último día del
año. Da igual cómo. El caso es que lo hacemos. Hasta los que no saben que lo
hacen, lo están haciendo. Está en nuestra naturaleza.
El 31 de diciembre, hay un momento antes de la celebración en el que
contemplamos nuestras hojas caer en el ocaso.
Las tareas con un tick (que realizamos),
y las que se quedaron con una flecha (en mi caso, eso significa que
pasan al día siguiente, al mes siguiente o a la vida siguiente),
los tachones (cosas que al final decido no hacer, que se cancelan, que
doy por perdidas, mueren o me abandonan),
las notas al margen (acontecimientos especiales o rutinarios: desde el
aniversario a una visita al ginecólogo),
las fechas subrayadas (el beso, la primera vez de algo…),
las que te encogen por dentro (las pérdidas, la última vez…),
las te quitan la respiración (la primera noche, su sonrisa).
Por fin llegas a la lista de cosas que planeaste el año anterior.
Respira profundo, tranquilo, no te preocupes. Casi todos tenemos esto
en común:
La incapacidad de cumplir con todo.
Hay cosas que se nos olvidó apuntar,
cosas que aparecen de forma inesperada y cambian la planificación
cosas que nos siguen dando miedo,
cosas que nunca haremos por mucho que apuntemos,
cosas que se nos escapan,
cosas que nos dejan,
cosas que se van, que nos dejan de querer, que odiamos.
La vida se escapa del papel, aunque algunos tratemos de atraparla con listas.
Arrancamos la última hoja.
¿Y ahora qué? ¿Cómo evitar caer en al vacío?
Corre. Cuelga el nuevo calendario, estrena la agenda, abre el Facebook…
Escribe la lista de propósitos, planes y buenos deseos para el nuevo
año.
Saborea mientras puedas tenerlo todo bien ordenado en el papel.
Feliz entrada de año. Nos vemos en el ocaso el año que viene.
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