domingo, 1 de diciembre de 2013

Una niña en el espejo


El ritual está a punto de comenzar en el cuarto de baño de tu casa. Me coloco frente al altar, a tu lado. Me dirás que soy una pesada, pero sé que te gusta que te mire así, con los ojos bien abiertos. Nos rodean tus utensilios sagrados. Pinceles de diferentes tamaños y texturas, pintalabios que se alinean siguiendo un orden cromático, lápices de khol, cremas de la eterna juventud, máscara de pestañas, sombras de ojos de colores inimaginables. Ya aprendí, por haber causado en el pasado la furia de los dioses, que tus tesoros no deben ser profanados en tu ausencia, sobre todo tu colección de miniaturas, mi favorito, precisamente porque huele a ti. Ya me tienes hechizada. Sé que no hay, ni habrá nadie en el mundo más bella que tú.  Cuidadosamente te vas poniendo  el “fond de teint” en la cara y me prohíbes llamarlo pote como el resto de chicas de mi edad. Vas borrando las ojeras y las líneas de dolor. Me dices que nunca hay que salir a la calle sin maquillarse, que el truco es que no se note. Luego el colorete, que da alegría a tus mejillas, frente y párpados. Te haces la raya en los ojos y por arte de magia dejan de estar tristes. Mientras te pones la sombra, me explicas que la parte clara se tiene que poner debajo de las cejas, más oscura justo en el párpado y que el truco es poner un poco de sombra aún más oscura en el borde del ojo y difuminar. Luego con el rimel, vistes de gala tus pestañas. Nadie tiene los ojos más bonitos que tú. Luego te perfilas los labios y dibujas una sonrisa que, con un poco de suerte, te durará todo el día. Hay que elegir entre los ojos y los labios. Si pintas los ojos intensos, los labios no pueden ir con un color fuerte. Te aplicas la barra de labios con pincel, porque es la forma de que el color se fije bien, por eso tus besos no dejan marca. Nadie tiene la boca más bonita que tú. El ritual ha terminado. Ahora hasta pareces feliz.


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