El ritual está a punto de comenzar en el cuarto de baño de
tu casa. Me coloco frente al altar, a tu lado. Me dirás que soy una pesada,
pero sé que te gusta que te mire así, con los ojos bien abiertos. Nos rodean
tus utensilios sagrados. Pinceles de diferentes tamaños y texturas, pintalabios
que se alinean siguiendo un orden cromático, lápices de khol, cremas de la
eterna juventud, máscara de pestañas, sombras de ojos de colores inimaginables.
Ya aprendí, por haber causado en el pasado la furia de los dioses, que tus
tesoros no deben ser profanados en tu ausencia, sobre todo tu colección de
miniaturas, mi favorito, precisamente porque huele a ti. Ya me tienes
hechizada. Sé que no hay, ni habrá nadie en el mundo más bella que tú. Cuidadosamente te vas poniendo el “fond de teint” en la cara y me
prohíbes llamarlo pote como el resto de chicas de mi edad. Vas borrando las
ojeras y las líneas de dolor. Me dices que nunca hay que salir a la calle sin
maquillarse, que el truco es que no se note. Luego el colorete, que da alegría
a tus mejillas, frente y párpados. Te haces la raya en los ojos y por arte de
magia dejan de estar tristes. Mientras te pones la sombra, me explicas que la
parte clara se tiene que poner debajo de las cejas, más oscura justo en el
párpado y que el truco es poner un poco de sombra aún más oscura en el borde
del ojo y difuminar. Luego con el rimel, vistes de gala tus pestañas. Nadie
tiene los ojos más bonitos que tú. Luego te perfilas los labios y dibujas una
sonrisa que, con un poco de suerte, te durará todo el día. Hay que elegir entre
los ojos y los labios. Si pintas los ojos intensos, los labios no pueden ir con
un color fuerte. Te aplicas la barra de labios con pincel, porque es la forma
de que el color se fije bien, por eso tus besos no dejan marca. Nadie tiene la
boca más bonita que tú. El ritual ha terminado. Ahora hasta pareces feliz.
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