Volar es
fácil, sólo necesitas creer que tienes alas. Si te ves gusano, vives a rastras
y al final, tarde o temprano, alguien te pisará. Mejor volar.
Seguramente
desde niño te han repetido innumerables veces que volar es imposible, tanto que
te lo creíste. Para volar, lo primero que tienes que hacer es olvidar todo lo
que te han contado hasta ahora.
El siguiente
paso será elegir el tipo de alas que necesitas. Tómate tu tiempo. Piensa bien dónde
quieres ir y luego elige las alas más adecuadas para ello.
Las de
mariposa te permiten volar delicadamente durante veinticuatro horas y ver la
vida desde una posición minúscula en la que todo lo que tienes aumenta.
Las de
murciélago te ayudan a explorar en la noche territorios desconocidos y a dejar
de tener miedo a la oscuridad.
Las de
águila son ideales para tomar un poco de distancia y ver los problemas con una
buena perspectiva, incluso puedes llegar tan alto que desaparecen de tu vista.
Si lo que
quieres es volar largas distancias hacia el pasado, puedes usar las alas del
Pterosaurio, con ellas no tendrás límites.
También puedes
diseñar unas alas que te propulsan de una galaxia a la siguiente más allá de la
velocidad de la luz.
Quizá
ninguna de estas alas te sirva, no desesperes. Siempre puedes inventar unas a
tu medida que te lleven dónde y cómo quieras.
No olvides nunca
que sólo tú pones los límites.
Llegados a
este punto, visualiza las alas y serán tuyas. Ahora viene lo más fácil: agita
las alas y, simplemente, levanta los pies del suelo.