Me
gustaría vivir cerca del mar,
como a la
sirena que vuelve
por fin
del exilio y necesita
secar en
la arena tanta sal.
Necesito alejarme
del asfalto
de los
coches asesinos múltiple,
las
corbatas que ahorcan,
y las
noticias que se pudren
en el la
nevera del televisor.
Quiero
cicatrizar las heridas frías
en el agua
hirviendo del océano
y a
cuarenta grados, la sal en llamas.
Quiero
huir de la casa de hierro
con
espinas, que me impide crecer,
de las
lágrimas rojas que escuecen
en la cera
derretida que es mi piel,
de las
madres que muerden marionetas.
Necesito
dejar atrás los truenos
que
anuncian el llanto de las putas.
Huir de
las llagas que me cantan nanas
en clave
de do antes de dormir.
Las noches
vacías de sueños,
de gritos
mudos, silencios sopranos
y el olor
a alcohol en los alientos
de las
piedras con temblores.
Tanta sal.
Quisiera
vivir cerca del mar,
como una
ostra que se cierra
para
proteger su perla.
Flotar en
el agua,
sin que me
nada me importe,
ni donde
me lleve la corriente,
ni si me estrellaré
contra las rocas.
Me
gustaría vivir cerca del mar,
levitar mi
gravedad en sus aguas
suaves,
como una pluma sin hierro.
Llevar la
sal tan lejos como pueda
da igual
dónde o si a ninguna parte,
solo
lejos, lo más lejos posible.
Tanta sal.
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