martes, 27 de agosto de 2013

Setecientos treinta días en un segundo

Han pasado ya setecientos treinta días
¿Puedes creerlo?
Hoy somos un roble que late al unísono.
¡Setecientos treinta días!
¿Puedes creerlo?
Me pregunto si la tierra gira más rápido,
si acaso tú y yo aceleramos de alguna forma
 la fuerza de rotación del planeta
y por eso el segundero centrifuga
y la arena de mármol cae veloz.
Tan rápido, que a veces da miedo.
Me pregunto si tú también lo notas:
Como caen las hojas del calendario
por el peso de la tinta.
Setecientos treinta días, un pestañeo.
Nos damos la mano y pasan dos años.
Quizá porque podemos dormir bien por la noche
con el otro de centinela al otro lado de la cama.
Sin miedo, porque nos sujetamos si el otro tiembla 
y lamemos las heridas si se abren.
Quizá porque juntos no importa tanto la lluvia,
ni tememos los tornados o el vacío.
Quizá porque nos reímos todos los días, 
y no ignoramos nuestra suerte de volar un día más.
Quizá porque conocemos nuestros gusanos
y aún así nos amamos, incluso aún más.
Quizá porque nuestras raíces son fuertes,
podemos acariciar las estrellas y perdonar terremotos.
Setecientos treinta días unidos,
pero con espacio, para que cada uno sea lo que quiera.
Setecientos treinta días, un instante.
Sin segundos en la basura.
Setecientos treinta días de verdad.
Quizá por eso han pasado tan rápido,
porque somos felices, después de todo.


Para mi marido, ¡feliz  segundo aniversario!



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